domingo, 15 de abril de 2012

El paseo de las almas perdidas


En el paseo de las almas perdidas la gente camina sin tener nada, es un sitio oscuro de color tristeza con mucha neblina y todos pululan con la desilusión brillando como su aura.
En este sitio no hay lugar para puestas de sol, pelis con sofá o paseos agarrados del brazo. No hay amor ni ilusión ni esperanza, lo han perdido todo.
Aquí no se ven besos, ni abrazos, ni viejos sonriendo, ni un perro blanco, ni paseos por el puerto, ni alegría, solo risas rotas.
Estando sentado en el banco me pongo a pensar que debería haberla cuidado más, no ser tan egoísta ni tener tanto miedo. Debería haber hecho muchas cosas que no hice, me hubiera gustado quedarme allí con ella, cogerle la mano cuando el sol se ponía detrás de la montaña y decirle que la quiero. Decirle que no encontrará a nadie mejor que yo, que la entienda y la haga reír como yo. Mirarla a los ojos y llorar con ella.
Parado aquí mirando el mar añil pasan por delante de mi todas estas almas apenadas con rumbo incierto y aunque me propongo no ser una de ellas noto como una parte de mi ya ha desaparecido y donde antes tenía el corazón, ahora solamente hay un lugar vacío, que va creciendo como un cáncer.
Estoy muy cansado, me levanto y camino hasta el final del espigón donde rompen las olas, el salitre se pega en mi cara y me inclino un poco mirando las rocas. Entre el fuerte viento y el ruido del agua escucho una voz suave que me llama por mi nombre, viene del mar y quiere que me reuna con ella, me dice que no tenga miedo.
Me giro un segundo y observo a todas esas personas, ninguna parece fijarse en mí. Hace frío y las lágrimas me caen por las mejillas, vuelvo a mirar al agua y vuelvo a oír la voz.
Sería tan fácil dejarme caer y fundirme con el mar, terminar con todo, ella me lo pide, sería tan fácil ...
Todavía oía la voz mientras regresaba otra vez al banco a esperar ver una luz que me salvara y me sacara del paseo de las almas perdidas.

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