miércoles, 31 de octubre de 2012

CrossOver (2/2): Regreso al pasado


Desperté del viaje en la cama con un ligero dolor de cabeza. Me dijeron que eso era de lo mejor que podía pasarme, que podría tener muchos problemas y que incluso podría no llegar nunca al destino por lo que sentí que, por una sola vez, tuve algo de suerte. 
La habitación estaba totalmente cambiada, al lado de mi cama estaba la de mi hermano también, el escritorio era otro y estaba colocado de diferente forma, tal cual estaba cuando me fui de casa de mis padres, hace veintitrés años. Al levantarme tropecé con la silla pero no hice ningún ruido, estaba seguro que en ese momento "mi otro yo" estaba en el comedor con ella, la que sería mi mujer en un futuro. Me fijé en la estantería y pude ver las películas en VHS que coleccionábamos, todos los CDs, los cómics y algunos libros. Incluso la figura de dos simpáticos cerdos, uno con la camiseta del Madrid que le daba por culo al otro con la camiseta del Barça, me hizo gracia y sonreí al verlo porque se rompió con la mudanza y ya me había olvidado de ella.
Abrí la puerta y salí al pasillo. Se oía a Bart y Lisa discutir en la tele y el ruido de los cubiertos piqueteando los platos: había aterrizado a la hora de comer. Tenía que darme prisa porque no disponía de mucho tiempo y no podía desaprovecharlo.
Me asomé por el marco la de puerta y entonces volví a verla. Era igual de hermosa que como la recordaba a su edad, con el pelo rubio brillante, ojos grandes y azules, pequitas por la cara y una sonrisa maravillosa. En este tiempo ella tenía 25 años y yo 27, estábamos en casa de mis padres y justo ese fin de semana ellos se fueron de viaje a Canarias y nos dejaron la casa para los dos solos. No pude aguantar las lágrimas que me cayeron mientras la miraba. Aunque se notaba el paso del tiempo en ella yo la seguía viendo igual de bella que el mismo día que murió junto a mi hija. 
En Diciembre haría seis años que fue a acompañar a nuestra hija a clases de repaso y en un cruce un coche se saltó un ceda y al chocar el coche se empotró bajo un camión; parecía un acordeón cuando los bomberos lo sacaron. Las dos murieron en el acto.
Me quedé embobado mirándola, como muchas veces antes lo había hecho mientras dormía. Me quité de la cabeza el pensamiento y me sequé la cara con la manga, esperé dos minutos y entré en el comedor.
Fue extraño verme, no era como ver un vídeo o verse en el espejo, yo había cambiado mucho pero esperaba que me reconocieran, aun teniendo 52 años.
Al verme, a ella se le cayó el tenedor al suelo y retrocedía en la silla, mientras que "mi otro yo" se levantó con cara de asombro. Intenté tranquilizarlos, pero se me tiró encima. Cuando me cogió de la camisa yo también le agarré, giré sobre mis pies y bajé un poco el cuerpo mientras lo tiraba hacia mi. Con sólo estirar las piernas lo tuve volando por encima y fue a empotrarse con la pared. Se oyó un "clonk" y se quedó cabeza abajo, me pareció que no aguantaría mucho consciente así que se me escapó una risita de victoria fácil, era mejor que no supiera nada. Comprobé que yo no había perdido habilidad con el Judo, menos mal que él si que la perdió con el kárate, pero eso yo ya lo sabía. 
Me giré cuando ella se me subió a la espalda, me gritaba y pegaba con el puño cerrado, pero no me hacía daño alguno. La tiré al sofá, le agarré de los brazos y no paró de forcejear hasta que le dije: <<rakastan sinua>>
Abrió los ojos sorprendida. Significa "Te amo" en finés, y era nuestro pequeño secreto; no sabía nadie que eso nos lo solíamos decir cuando después de una discusión nos reconciliábamos. 
Le enseñé el tatuaje que nos hicimos en el brazo, era muy sencillo: una flecha que atravesaba sus iniciales, con una floritura. Ella tenía el mismo pero con las mías. Juntó su brazo con el mio y vio como a mi tatuaje le faltaba color mientras que el suyo estaba bien definido y claro.
La solté y se incorporó en el sofá, tenía la cara roja, el pelo alborotado, las lágrimas le corrían por las mejillas y sus ojos azules eran como una supernova de champán en el cielo. Jadeaba del esfuerzo y me miraba incrédula.

- <<¿De verdad no sabes quien soy?. Yo creo que si, aunque te parezca imposible.>>

Estuvimos hablando unos veinte minutos, no me quedaba mucho tiempo pero me bastó para contarle que dentro de 23 años tendría un accidente mortal con el coche, que no salieran ese día. Le contesté a todas las preguntas que me hizo, le conté que serían muy felices y que tendrían una niña preciosa. Se puso a llorar, siempre había sido muy sensible. Puse en el sofá a mi joven cuerpo inconsciente. Le dije que era mejor que no me dijera nada cuando despertara del golpe, que mejor esperase a ese día y que lo celebraran por mi. Se lo hice jurar y, aun sabiendo que sería algo bastante complicado me lo juró.
Empecé a sentirme mal, ya debía ser la hora. Me dijeron que era un viaje con el billete solo de ida y lo acepté, pero no me dijeron que me pasaría cuando se me acabara el tiempo (nadie volvió nunca para contarlo).
Le toqué la cara por última vez y la besé. Fue un momento mágico, notar otra vez el sabor de su boca y de sus saladas lágrimas, el olor de su pelo, su forma de respirar, el tacto de su piel. 
Me levanté y salí de la casa sin despedirme, cerré la puerta y subí las escaleras tambaleándome, mareado y con nauseas. Al llegar a la azotea el viento me dio en la cara, respiré hondo y caí al suelo. Mis piernas se convirtieron en polvo y con una ráfaga de aire me fui esparciendo por toda la ciudad, como cuando pasas un plumero por la estantería. Lo que quedaba de mi desapareció en pocos minutos con el viento, dejando en el suelo la ropa que llevaba vacía de vida.

Viajar al pasado... poder ver sus ojos por última vez... Valió la pena pagar el precio de mi vida para salvar las suyas.

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