Durante mi primera salida oficial autista vino a saludarme Rogelio, un maravilloso ejemplar de Equus asinus, es decir, de burro. Lógicamente no se llama así, no sé si tendrá nombre alguno, pero sus ojos me dijeron que le gustaba el nombre o por lo menos que alguien le llamara de alguna forma.
Rogelio estaba solo, aburrido, comiendo unos hierbajos rancios que sobresalian de al lado de un cubo de madera. Me vió pasar y levantó los ojos, como quíen escucha algún ruido raro y trata de concentrarse en divinar de donde viene.
Me paré en frente y curioso se acercó a mi, lento y cauteloso, dispuesto a saludarme. Pronto entendí que no era un saludo lo que quería, ni que le acariciara el morro, ni que le rascara las orejas (es lo mejor que le puedes hacer a un burro), Rogelio venía a mi porque tenía hambre. Buscaba mi mano, me daba mordisquitos en los dedos con los labios dejandome babillas y la mano pringosa.
Me despedí de él y cuando me alejaba me rebuznó, un sonido lastimero que me partió el alma, no sé si fue regañándome por no darle nada de comer o porque me iba y lo dejaba solo otra vez. Me giré de nuevo a él y le prometí que cuando vuelva por Banyalbufar, pasaré a saludarlo otra vez con dos manzanas golden de regalo. Dicen que estos animales son muy inteligentes, no sé si fue por eso, pero paró de rebuznar, incluso pude ver una sonrisa de camadería. Supe enseguida que nos habíamos hecho amigos, espero que me recuerde cuando lo vuelva a ver de nuevo, o por lo menos cuando le dé las dos manzanas golden.
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