Me
encantan los abrazos. Es una forma de expresar amor o cariño sin decir
palabras; es decir "Te quiero", "Te entiendo", "No te fallaré", "Te echo de menos" ...
Cuando
abrazas haces un intercambio de energías, estas se equilibran, sientes
la respiración de la otra persona, notas tu ritmo cardíaco y entras en
un estado de calma.
Por
supuesto hablo de abrazos con sentimiento, de esos que no se lo das a
cualquiera, de esos que notas como la otra persona siente lo mismo y te
corresponde, de esos que son necesarios, de los que hacen efecto, de los
que no mueren, de los que curan. En
un mundo donde las palabras vuelan nos hace falta algo más.
Además de todo lo anterior, cuando doy un abrazo me vienen recuerdos, sensaciones, depende de la persona, por supuesto.
Hace unos días volví a verla y en ese abrazo de minuto y medio o dos me vinieron muchos recuerdos de los que añoro, los que hecho de menos.
Porque
aún habiendo pasado un año todavía me sigue pesando su ausencia como
una losa de hormigón. Cuesta despegarse porque el corazón sigue
sangrando, los trozos están cicatrizando demasiado lento y la cabeza
sigue sin poder poner orden. Todavía
duele y creo que hasta el día de mi marcha tendré como algo clavado, algo
minúsculo casi imperceptible, pero lo notaré como el suave zumbido del
silencio.
Pero esos abrazos me ayudan, porque deshacen temporalmente la soledad que siento amenudo.
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